quinta-feira, 3 de julho de 2008

El mensaje de Íngrid

El mensaje de Íngrid

Colombia recordará siempre la imagen de Íngrid Betancourt, siete miembros del Ejército y cuatro de la Policía cuando bajaban ayer en Bogotá del avión de la Fuerza Aérea que los trajo a la libertad desde el Guaviare (los tres estadounidenses volaron directamente a su país). El impecable rescate de estos 15 secuestrados que llevaban largos años en manos de las Farc es, sin duda, la noticia más bienvenida en muchos muchos años, en este país tan sacudido por las malas nuevas. Es, además, una noticia de profundas implicaciones políticas, militares y humanitarias.

Esta liberación ha producido un inmenso júbilo nacional. Difícilmente habrá un colombiano que no se alegre hasta lo más íntimo al ver terminado el calvario de estos cautivos. Hubo pitos, trancones, aplausos y lágrimas de felicidad en sitios públicos y toda clase de reacciones desde todas las orillas políticas. Y también en el mundo. La estatura internacional que ganó Íngrid Betancourt durante sus casi seis años y medio de cautiverio puso el infame drama del secuestro en Colombia en el foco de todas las miradas. Su imagen, con el rostro alegre y la mirada limpia, dio la vuelta al mundo en completo contraste con esa otra fotografía en la que hace apenas unos meses aparecía vencida y demacrada.
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Fue una "operación perfecta", según la calificó la propia Íngrid en las emotivas y lúcidas palabras que pronunció en el aeropuerto. Un "rescate de película", como bien lo llamó el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien se anotó un éxito contundente. Sin disparar un solo tiro, "sin un rasguño", en palabras del general Freddy Padilla. Una operación como esta tiene pocos precedentes en los anales de la inteligencia universal, y el país está ávido por conocer cómo se logró tan admirable rescate.

Más allá de ello, esta puede ser también la noticia más importante de la guerra en Colombia en los últimos años. Más que las muertes de 'Reyes', de 'Ríos' e, incluso, de 'Tirofijo'. No es una exageración. El golpe para las Farc es aún más demoledor que esas muertes. Lograr infiltrarlas del modo en que lo proclaman las autoridades es una derrota aún más severa que la muerte de algunos de sus jefes, pues indicaría lo afectada que está una organización que se ha caracterizado por su carácter impenetrable y monolítico. Y les inflige un golpe moral sin precedentes.
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Después de esto, no puede ser que las Farc no reaccionen. No solo porque el júbilo de la liberación debe mostrarles definitivamente que el país entero rechaza de manera unánime la práctica horrenda del secuestro. Sino porque, ante esta liberación, deben asumir que la ecuación de la guerra ha cambiado de manera irreversible. Es hora no solo de liberar a los demás rehenes -los 42 militares, pero también los cientos de secuestrados extorsivos que mantienen en su poder-, sino de entrar en un proceso definitivo de negociación de buena fe para poner fin al conflicto armado. ¿Tendrá el nuevo Secretariado los elementos de juicio para avanzar hacia tales decisiones, o, como ha hecho antes, se empeñará en sostener una lucha que hasta Hugo Chávez le está pidiendo que abandone?

Otro elemento importante es el momento en que sobreviene esta liberación. El país está en medio de una delicada crisis institucional, con el enfrentamiento entre la Corte Suprema de Justicia y el presidente Uribe. Difícilmente podría aspirar el mandatario a contar con una carta triunfal de la magnitud que le ofrece haber logrado el retorno a la libertad, sanos y salvos, de Íngrid Betancourt, los estadounidenses y los once militares y policías. Con el indudable apoyo y el refuerzo a su altísima popularidad, es la oportunidad de oro para un gesto magnánimo de parte del Presidente, que el país entero saludaría con entusiasmo, para desactivar el enfrentamiento con la Corte, que sin duda también entenderá el momento histórico que vive Colombia. Nadie cuestiona la legitimidad de su mandato -mucho menos después de los hechos de hoy-, lo cual vuelve innecesario pensar en un referendo que lo avale.

Tras tantos años de privaciones y sufrimientos, de rabia y dolor, bien habría podido Íngrid Betancourt estrenar su libertad con un discurso pugnaz y descalificador de la posición del Gobierno frente al secuestro. Más aún cuando todas las organizaciones que clamaban por su libertad exigían que no hubiera intervención militar. Pero Íngrid demostró un talante superior al enviar a los colombianos, y al mundo, un mensaje de reconciliación, en el que agradece al presidente Uribe y exalta la labor del Ejército, que "¡puede llevarnos a la paz!". Mensaje que traduce el espíritu de concordia y unidad que necesita el país.
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'Last but not least', como dicen en inglés, es la suerte de los secuestrados que siguen en manos de las Farc (y del Eln, no hay que olvidarlo). Marleny Orjuela, de Asfamipaz, la asociación de familiares de varios de ellos, lo dijo con toda claridad, cuando pidió al presidente francés, Nicolás Sarkozy, que Francia no los abandone. Colombia tampoco debe abandonarlos. Su liberación sigue pendiente. Ojalá Íngrid, como ella misma lo dijo, se abandere de su causa en Francia. La felicidad que experimentaron todos los colombianos con su rescate y el de sus 14 compañeros tiene una contrapartida dolorosa en la pena que continúan sobrellevando las familias de quienes aún no han recuperado a sus seres queridos.

editorial@eltiempo.com.co

http://www.eltiempo.com/opinion/forolectores/2008-07-03/ARTICULO-WEB-PLANTILLA_NOTA_INTERIOR-4358712.html

 



 


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